Henry Lion Oldie
Anabel-Li 

   …Este manuscrito fue encontrado en un viejo bungalow medio derruido en la isla de San Sebastián que resultó ser uno de los últimos bastiones y refugios de la Humanidad en los tiempos difíciles y oscuros que siguieron a la Gran Quiebra. Exiliada de las ciudades, dejada consigo misma, la gente, en parte, sedía bajo las proposiciones de los Errantes de las Cosas (Apóstoles Del Vacío) y emigraba tras haber firmado el convenio; en parte se adaptaba a un nuevo estilo de vida, perdiendo con rapidez aquellos factores morales que los mantenían al margen. Y habían los que se marchaban a los focos de la Necroesfera que se desarrollaba poderosamente; su destino posterior quedaba en lo desconocido. En aquellos tiempos pocos relacionaban la formación de la Necroesfera con La Gran Emigración que prosperaba gracias a los convenios entre los humanos y los Apóstoles Del Vacío…
   En lo que se refiere al dicho manuscrito, se presentaba carcomido casi por completo, las hojas aparentaban haber estado bajo el agua durante largo tiempo, y las páginas conservadas contenían letra deformada, insegura como si al escribiente le fuera difícil mantener la pluma entre sus manos, – o con qué la agarraba aquél que escribía este cuento tan parecido a la verdad…
 
Sucedió mucho tiempo atrás,
En las tierras que están junto al mar.
Vivía allí, florecía allí
Llamada por siempre Anabel-Li.
Amaba yo y era amado,
Nos amábamos tanto los dos.
Mi vida, amor, su vida, amor,
De eso pudimos vivir…
 
   …Las olas turquesas que se enrollaban con sus crestas blancas y espumosas, se echaban sobre el oro desparramado de la costa y yo estaba sentado en la arena y miraba el mar. Yo miraba el mar y él me lamía los pies descalzos, llenos de raspaduras. Me llamaban Rinaldo. Nací en esta isla, donde las palmas cocoteras, gigantescas hasta lo increíble, surcaban con sus puntas el cielo azul y profundo hasta lo increíble. Amaba mi isla. ¿Lo sienten? Los adultos contaban que antes San Sebastián (así se llamaba mi isla) era parte del continente. Sin embargo, eso fue mucho tiempo atrás, antes de la Gran Quiebra. Es por eso que vivimos en casas blancas, de piedra, aunque no hay nada por aquí con que pudieron haberlas construído, y tenemos una escuela, y una iglesia y hasta una estación eléctrica. No obstante, los adultos se afligen a menudo y se entregan a una nostalgia profunda por la vida en el continente donde, según ellos, la gente tenía tantas cosas… Pero yo soy feliz así como estoy. Tengo el mar y el cielo, y la cáscara de los cocos para jugar, y tengo casa, y no quiero nada más. El viejo Ignacio dice que me parezco a un Errante de las Cosas, mas no tengo la posibilidad de compararme con alguno de ellos. Había visto a un Apostol del Vacío en dos ocasiones, cuando había venido al pueblo, y en ambas ocasiones me habían mandado de inmediato a la costa para jugar, pero de lejos parecía común y corriente. Me va bien. Puedo estar sentado, contemplando el mar, y pensar en cualquier cosa, y la arena se me escurre entre los dedos y los dedos sienten un poco de cosquillas…
   –¡Hola, Rinaldo! -la sombra de alguien tapa el sol, pero sé que se trata de Anabel, – me sigue todo el tiempo. Siempre ella… ¡¿Qué es lo quiere de mí?!
   –Hola -gruño sin volverme.
   Durante un rato Anabel guarda silencio mirándome, aunque puede ser que mirando otra cosa, porque al fin pronuncia:
   –Qué bello es el mar hoy.
   –El mar siempre es bello -apruebo su opinión e inesperadamente para mí mismo le ofrezco: -Siéntate. Vamos a mirar los dos.
   Anabel, silenciosa, se acomoda junto y contemplamos el mar. Por un largo, largo tiempo. Y luego ya no estoy mirando el mar, sino a ella, sus hombros dorados por el sol, sus cabellos color ceniza que vuelan con el viento; y luego ella se vuelve y estamos mirándonos los dos, y por primera vez me doy cuenta de que los ojos de Anabel son profundos y tristes y ni una pizca burlones o cáusticos, y…
   
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